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karake456 La época decembrina podría clasificarse como una de las preferidas de su servidora. No solo por los regalos, que son buenos libros para momentos de ocio, o la comida, deliciosa y a montones gracias al arduo trabajo de mis progenitores, sino la familia.
Si, por más clichè literario que suena, me encanta la navidad por la familia. Nos reunimos, pasamos tiempo maravillosamente con amigos y vecinos, jugamos a veces...La mayoría termina ebria, bailando mientras son grabados para el regocijo de futuras generaciones. Las risas no faltan, aunque tampoco las lágrimas y alguna que otra discusión suelta que el alcohol apacigua durante unos minutos.
Sin embargo, este año es algo diferente a los anteriores.
La tradición familiar era marchar a casa de mis abuelos maternos, dejar los alimentos que consumiríamos y las maletas para varios días, para después ir mis hermanos menores, mi padre y yo, a la casa de mis otros abuelos. No los odio ni nada, más bien, les agradezco bastante porque me han ayudado a ser mejor persona pero...Su casa es tan aburrida. No hay internet, es pequeña, no podemos hacer demasiado ruido y, sobretodo, las personas que viven abajo, también familiares, son unos desadaptados sociales que he aprendido a detestar con cada diminuta pizca de mi corazón desde que cumplí los once años.
Como sea, estábamos estacionados en ese sitio durante, más o menos, tres horas. Tres horas donde intentábamos sacar juegos bajo la manga, saltar sobre las camas o diversiones extrañas que nunca volvíamos a sacar porque habían fallado terriblemente en la tarde de su creación. Al menos, así lo veía yo. No soy la persona ideal para decir que me encanta estar sin estímulos visuales pero, hacía lo que podía.
Lo único bueno, además de pasar el rato con mis abuelos paternos, era el pesebre. Mi abuelo todos los años buscaba caja, papel periódico, pintura al frío y luces para realizar montañas a las piezas de cerámica que representaban todo el poblado de Belén junto a la familia navideña. Era hermoso verlo brillar cuando apagabas la luz, el frío del aire acondicionado creando una ideal atmósfera maravillosa que invitaba sentarse cerca, callado admirando la pequeña construcción.
Pero, no mentiré al decir que disfrutaba quedarme a dormir. Sería cruel indicar semejante contrariedad a mis sentimientos durante las fiestas o en esporádicas visitas. La tensión entre mis familiares era demasiado angustiante para valer la pena cubrirla con el manto oscuro del disimulo. Suspiraba aliviada una vez subía otra vez al auto que nos regresaría a la hacienda en versión miniaturizada que constituía el hogar de mis otros abuelos.
Es un maravilloso sitio para leer durante horas. La brisa helada golpeando mi rostro, el sitio pintoresco de pueblo y los mosquitos atacando mi piel sin sentido o pausa, tienen un encanto cautivador. En navidad es aún mejor; la música a todo volumen junto a los chistes cómicos en serio me agradan, son salidas de la rutina geniales. Mi cuarto da afuera, teniendo una temperatura extraña que varía entre un calor extremo de día y un frío terrible en la noche.
La rutina navideña cambió radicalmente, hoy. Primero, nos quedamos en nuestro departamento. Segundo, solo veré a un par de abuelos este año. Ni tíos, ni amigos...Solo nosotros siete, once si viene la compañera de trabajo de mi madre, comiendo y bailando...Será divertido, espero. Sino, fácilmente puedo encerrarme en mis aposentos e ignorar al mundo, como muchas veces he hecho en tiempos de crisis.
Grandes esperanzas. Wow.
Si, por más clichè literario que suena, me encanta la navidad por la familia. Nos reunimos, pasamos tiempo maravillosamente con amigos y vecinos, jugamos a veces...La mayoría termina ebria, bailando mientras son grabados para el regocijo de futuras generaciones. Las risas no faltan, aunque tampoco las lágrimas y alguna que otra discusión suelta que el alcohol apacigua durante unos minutos.
Sin embargo, este año es algo diferente a los anteriores.
La tradición familiar era marchar a casa de mis abuelos maternos, dejar los alimentos que consumiríamos y las maletas para varios días, para después ir mis hermanos menores, mi padre y yo, a la casa de mis otros abuelos. No los odio ni nada, más bien, les agradezco bastante porque me han ayudado a ser mejor persona pero...Su casa es tan aburrida. No hay internet, es pequeña, no podemos hacer demasiado ruido y, sobretodo, las personas que viven abajo, también familiares, son unos desadaptados sociales que he aprendido a detestar con cada diminuta pizca de mi corazón desde que cumplí los once años.
Como sea, estábamos estacionados en ese sitio durante, más o menos, tres horas. Tres horas donde intentábamos sacar juegos bajo la manga, saltar sobre las camas o diversiones extrañas que nunca volvíamos a sacar porque habían fallado terriblemente en la tarde de su creación. Al menos, así lo veía yo. No soy la persona ideal para decir que me encanta estar sin estímulos visuales pero, hacía lo que podía.
Lo único bueno, además de pasar el rato con mis abuelos paternos, era el pesebre. Mi abuelo todos los años buscaba caja, papel periódico, pintura al frío y luces para realizar montañas a las piezas de cerámica que representaban todo el poblado de Belén junto a la familia navideña. Era hermoso verlo brillar cuando apagabas la luz, el frío del aire acondicionado creando una ideal atmósfera maravillosa que invitaba sentarse cerca, callado admirando la pequeña construcción.
Pero, no mentiré al decir que disfrutaba quedarme a dormir. Sería cruel indicar semejante contrariedad a mis sentimientos durante las fiestas o en esporádicas visitas. La tensión entre mis familiares era demasiado angustiante para valer la pena cubrirla con el manto oscuro del disimulo. Suspiraba aliviada una vez subía otra vez al auto que nos regresaría a la hacienda en versión miniaturizada que constituía el hogar de mis otros abuelos.
Es un maravilloso sitio para leer durante horas. La brisa helada golpeando mi rostro, el sitio pintoresco de pueblo y los mosquitos atacando mi piel sin sentido o pausa, tienen un encanto cautivador. En navidad es aún mejor; la música a todo volumen junto a los chistes cómicos en serio me agradan, son salidas de la rutina geniales. Mi cuarto da afuera, teniendo una temperatura extraña que varía entre un calor extremo de día y un frío terrible en la noche.
La rutina navideña cambió radicalmente, hoy. Primero, nos quedamos en nuestro departamento. Segundo, solo veré a un par de abuelos este año. Ni tíos, ni amigos...Solo nosotros siete, once si viene la compañera de trabajo de mi madre, comiendo y bailando...Será divertido, espero. Sino, fácilmente puedo encerrarme en mis aposentos e ignorar al mundo, como muchas veces he hecho en tiempos de crisis.
Grandes esperanzas. Wow.
